miércoles, 9 de marzo de 2011

YA HUELE A SEMANA SANTA

Sucedió hace no mucho. Una mujer acudió a retirar dos papeletas de sitio de la Borriquita: Una con cirio, la otra sin nada. Después de un rato, el mayordomo consiguió que la mujer explicara para quién era esa papeleta sin cirio ni varita: Para un pequeño que estaba en el cielo. La túnica de ese niño salió aquel año a los pies del señor de la Sagrada Entrada.
La túnica reposa en el silencio del armario una tela que casi ha olvidado el pequeño volumen que tras ella se escondía. Ha desaparecido la doblez de levantar el antifaz, y de sujetárselo al rostro, solo eso. Sobre la túnica hay unas manos cada año un poco mayores. Hay una mente donde se guarda la imagen intacta, retoma el nombre, la cara, su forma de hablar y de responder mientras pasa la plancha por un dobladillo inútil porque los recuerdos no crecen. Sabe que cuando él se fue, le dieron el sitio preferente que desde entonces no le hacen falta ni cirios, ni varas, ni palmas. Va sobre el paso, haciendo sonar las campanillas, aupando a Zaqueo sobre la palmera. Más cerca que nunca del que quería niños a su alrededor. Por eso ese paso es un jardín de infancia.
Ella sabe, que en estos días señalados, tiene forma de túnica la orilla de su ausencia, pero también es la misma la rivera de su presencia. Ahí arriba irá, para que la vista el viento y el aire que se cuela en cada levantá bajo el que lleva las riendas de la vida y la muerte, porque esta es la historia de la túnica de un nazareno de la Borriquita que quiso estar cerca de él, cerca de un Dios que fue un niño. Porque el cristo del Amor no solo está crucificado, sino también a lomos de un burro como el de la Plaza de España.
Ahora, la túnica reposa en el silencio del armario, y está tan bien planchada, que parece que hoy es Domingo de Ramos.


Antonio Cattoni


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